Leido en un manuscrito encerrado en una botella que las olas arrojaron a la playa:
Y en esto llegó ella.
Reconozco que había desembarcado algunas semanas antes pero yo estaba en mis historias, en mi mundo, y no me había enterado.
Casualmente supe, cuando ya eran casi un clamor aquellos chompipeos de
comadres, de su existencia y por curiosidad la busqué.
Algunas afiladas lenguas envidiosas, al criticar (Quien será, de donde vendrá, es una coqueta...), habían dejado entrever donde encontrarla
así que cogí mi pequeño balandro y no necesité navegar demasiado. No lejos del puerto, en una cala de aguas tranquilas, allí estaba
en un kayak, con una especie de chubasquero y un precioso cabello oscuro. Orzé y arrié la Mayor para poder contemplarla tranquilamente.
Pareció presentirme a popa porque repentinamente se volvió y miró hacia atrás.
No pude verle los ojos, malditas gafas de sol que se los ocultaban, pero me
dejó deslumbrado, deslumbrado por una maravillosa y enigmática sonrisa que
permitía deleitarse con unos bellos y blancos dientes, que hacían desear ser
mordido por ellos, una pequeña y linda nariz y una dulce y pícara expresión en
su rostro.
Ni sé si reparó en mi presencia, quizá buscaba a otra persona, porque
inmediatamente volvió a mirar hacia adelante y paleando con aquellas pequeñas
manos se alejó hacia la arena de la orilla sin que yo me atreviera a seguir su estela, y no por temor a encallar. La cuestión, aparte de otras
consideraciones, era que ¡Se la veía tan joven! ¡Parecía tan inocente y vulnerable! ¿Qué podía pretender un viejo lobo de mar como yo?
Regresé a mi embarcadero y en mi tinglado empecé a afilar mis sables de abordaje. ¡Ay del que se atreviera a enfilarla!
Siempre que recuerdo aquella mañana me viene a la memoria la canción que se asoció a ella definitivamente.
¿Cual?
Esa es una pregunta ociosa. Teniendo en cuenta el impacto que me produjo y la
primera palabra que se formó en mi cabeza al ver aquel rostro y aquella
sonrisa, aunque la encontrara en el mar, en lugar de en la cima de una montaña como
cantaba Mariska, solo puede ser esta:
Una diosa en lo alto de una montaña
ardiendo en una llama plateada,
una cima de belleza y amor.
y Venus era su nombre.
Ella lo obtuvo,
sí, chico, ella lo obtuvo
Yo soy tu Venus
soy su fuego en tu deseo.
Sus armas eran sus ojos cristalinos,
que vuelven locos a los hombres,
oscuros como la negra noche.
Conseguía lo que ninguna otra podía.
Ella lo obtuvo,
sí, chico, ella lo obtuvo
Yo soy tu Venus
soy su fuego en tu deseo.